(08)Misticismo

Los martillazos de Nietzsche pueden haber matado a Dios -o más exactamente, la noción cristiana de Dios- pero no eliminaron las inquietudes espirituales de la civilización que padeció sus embates. De hecho, ese nunca fue el objetivo del filósofo alemán. La búsqueda de lo trascendente se vincula directamente con la imaginación humana, con su fuerza creadora y poética, ¿Qué daño podría hacerle la muerte de un Dios en particular a esa potencia inagotable?

El anhelo por lo absoluto no ha perdido su vitalidad. Así lo ejemplifican las palabras del historiador de las religiones, el rumano Mircea Eliade, quien ha señalado que en nuestros tiempos escépticos y laicos, lo sagrado no ha desaparecido sino que continúa expresándose bajo formas y significaciones profanas. Su morada ya no es el templo sino algo más prosaico como una obra de arte abstracto o un poema experimental.

Si hablamos de literatura, no puedo sino recomendar la lectura de "La pasión según G.H." (1964) de la escritora brasileña Clarice Lispector. En pocas palabras, se trata de la historia de una revelación que produce un inmenso placer y al mismo tiempo, un inmenso temor. Eso es lo que provoca en la protagonista la sensación de estar perdiendo sus límites, de verse a sí misma sin identidad, sin formas, sin eso que acostumbraba a llamar su “yo”. La intuición de la continuidad profunda de todas las cosas, tan recurrente en los textos que ofrece la tradición mística, encuentra en la novela de Lispector una nítida y heterodoxa expresión. Tal vez lo más sobresaliente es que dicha intuición ocurre en un contexto de radical mundanidad, donde la experiencia de lo absoluto se desencadena a partir de la visión que la protagonista tiene del cuerpo mutilado de una cucaracha, a la que percibe como manifestación de una realidad incomprensible que pone en entredicho las certezas -y la estrechez- de la civilización.

Aunque la apariencia de la cucaracha es repulsiva, en ella se advierte la presencia inmemorial de una realidad que supera largamente las coordenadas de la cultura y de la racionalidad. Y en esa espiral se precipita la protagonista, “estremeciéndose de gozo extremo” al experimentar la inminencia de una “grandeza mayor que yo”, la anulación de todas las distancias, la posibilidad de llegar “orgiásticamente a sentir el sabor de la identidad de las cosas”.

Así suele ocurrir en las novelas de Lispector. La eternidad se hace palpable en lo prosaico, que se transforma en una fuente directa del milagro. Basta recordar estas líneas formidables de "La pasión según G.H.": “Quiero la redención -dice la mujer- Quiero a Dios en aquello que sale del vientre de la cucaracha”.